Siempre fui bastante especial. Me acuerdo que cuando era chiquita mis amigas me cargaban y me decían Lady Di, porque, entre otras cosas, me daban náuseas cuando se llenaban las manos de plasticola para hacer el efecto «piel muerta». Con los años me puse más mañosa, o recién ahora me doy cuenta y descubrí que hay cosas que antes no me molestaban para nada, y ahora las traduzco mentalmente en cantidad de gérmenes, por ejemplo.
En la secundaria compartía banco con mi mejor amigo. Era un fifí que nos hacía matar de risa con las cosas que le daban asco. Que no le gustaba compartir el vaso. Que no te convidaba un poco de la empanada de carne del recreo de las 11. Que le daba asco estar con las ventanas cerradas en pleno invierno. No se pueden imaginar lo que lo cargábamos. Pero ahora lo entiendo.
Primero me pasó en la facultad cuando tenía que compartir mi botellita de agua. Siempre con una en la mano de acá para allá. Realmente, no da ir compartiéndola con toda la clase. Pero, ¿cómo le negás a alguien que te pide un trago? Y el temita de los ambientes lo mismo. Ventilación. Aire. Lo primero que hago cuando me despierto es abrir la ventana de mi cuarto para que se renueve todo, y me muero cuando entro a una oficina con baho. En la facultad, terminé haciendo lo mismo que mi amigo: pleno invierno y yo con la ventana abierta.
Después me di cuenta que me daba muchísimo asco el tema de los escupitajos. Si, a cualquier persona normal seguro que le pasa lo mismo, el tema es que ir al colegio con varones te cura de todo espanto. O casi todo. Nada era más común en el recreo, que las competencias entre los chicos, de ver quién escupía más lejos. El tema es que de vez en cuando me pasa que veo a hombres escupiendo en la calle y me revuelve el estómago. ¡Estamos en la calle señores! Y no tengo ganas de volver a estar acostumbrada a eso.
La maña que más vergüenza me da confesar, es el estornudo. No es el estornudo de cualquiera, sino de la gente que no me gusta. No exclusivamente de alguien que me caiga mal. Sino de alguien que no me gusta el aspecto. Peor si me da a sucio. No quiero seguir ahondando, me van a buscar del INADI si sigo. Resumamos con la gente que no tengo la confianza suficiente. ¿Vale? Cada vez que alguien así estornuda, me da una especie de claustrofobia en donde cierro la nariz y la boca, y me quedo sin respirar todo lo que más aguante para que la nube de gérmenes pase de largo. El problemón es que, por lo general, los estornudos vienen de a series. De a dos, o de a tres. Algún simpático de vez en cuando, se la pasa cinco minutos estornudando, pero no es lo más común. Mi capacidad para no respirar y aguantarme el aire reciclándolo, no debe superar el minuto, minuto y medio, y lo que me preocupa es que seguramente el cardúmen de gérmenes se quede mucho más tiempo nadando en el aire.
Este trauma, o esa visión, creo que la dio una película de un virus mortal que contagiaba a todos. Todo empezaba en un cine, con el estornudo de alguien y se veia el virus en color verde cómo se propagaba por la sala. Puaj. ¿Alguien la vio? Creo que se llama Virus, o algo así. No se las recomiendo, sino van a terminar freakeados como yo.
Nada. Eso.
Recuerdo lo de los escupitajos de tus compañeritos… no sólo eran en el recreo… Me encanta leerte y compartir algunos recuerdos…
Besos!!!!
Ale Gallo