Los papás eternos.

El viernes de la semana pasada operaron a mi mamá. Nada estético ni grave. Una operación seria que era mejor hacer a dejar pasar más el tiempo. El mismo día mi papá se fue a hacer un chequeo -no sé si general o específico. El tema es que la profesional (?) que le hizo el examen le dijo que vea con urgencia a un cardiólogo porque estaba en una instancia de «pre-infarto». Que el jueves era muy tarde para un turno, que tenía que ser el lunes sí o sí. Don Karma aprovechó todo el fin de semana para que lo malcriemos y le cumplamos todos sus pedidos porque «sino le hace mal al corazón» o «le está por agarrar un infarto en cualquier momento». Medio en chiste, medio en serio.

Las vísperas del Día del Padre, me cayeron oportunas para escribir sobre esto. Esto que se llama vejez. (JA. Mamá, si estás leyendo, no te lo tomes personal.)

No recuerdo si alguna vez lo conté. Pero cuando mi abuela cumplió 60, mi mamá le preguntó cómo se sentía, a lo que ella le respondió: «me siento como la Coquita de 10 años que saltaba a la soga, en un envase viejo.» Creo que no hay ejemplo más gráfico. Con 24 años (que no es lo mismo que casi 25), ya me salió una cana, ya las arrugas empiezan a marcar territorio en mi cara, ya la gravedad no es tan cordial con mi cuerpo y ya tengo papás grandes. En realidad no, pero eso pareció cuando le anunciaron el «pre-infarto».

Eso le pasa a los viejos. A los abuelos. A los padres grandes. Los míos siempre fueron papás jóvenes, deportistas, salidores. Yo los conocía (y tenía conciencia y recuerdos) antes de que cumplan los 30 años. Antes de que cumplan los TREINA AÑOS. Hoy mi novio tiene 34, y el plan hijos todavía ni se asoma.

Pero ellos tenían menos de 30. Me acuerdo cuando salían de martes a domingo: siempre después de comer con nosotros a las 8:30. Me acuerdo de muchas cosas, pero lo que no me doy cuenta es que esos recuerdos pertenecen a una personita que a penas pasaba del metro de altura, usaba el pelo cortito y tenía una naricita que parecía un botón divino.

Claramente no estoy lista. Ni para crecer, ni para que ellos envejezcan. ¿A qué edad se deja de crecer para empezar a envejecer? No estoy lista para dejar de ser hija, de ser mimada, cuidada. No estoy lista para que empiecen los problemas de salud, las medicaciones y los estudios regulares.

¿Que si tengo problemas? ¿Que si soy muy inmadura? ¿Que si no «corté el cordón»? ¿A quién le importa? La madurez -y posteriormente la vejez- ya están llegando. ¿Qué tiene de malo que quiera seguir siendo como Peter Pan un rato más?

Tremendo fin de semana pasamos todos para que el lunes el Doc le diga que está hecho un pibe: que puede correr, ir a spinning, fumar sus habanos y hacer todo lo que quiera. Que la que le había dicho lo del pre infarto era una bruta y que el especialista era él. Padre, alias Don Karma, quedó más tranquilo. Lo que lo tiene preocupado ahora es que no tiene excusa para taladrarnos a pedidos.

Desde siempre, antes de irse a dormir, mi papá gritaba desde la cama mi nombre para que vaya, porque de ninguna manera le podía responder desde la lejanía «¿Queeee?». Estuviera haciendo lo que fuera, tenía que dejar todo para ir instantáneamente a su llamado (los tiempos de papá son muy especiales: todo es para YA). Corriendo y apurada para que no me rete por no darle bola, llegaba a su cuarto y me decía: «¿Me apagás la luz?».

Pa, este domingo te toca. Igual, si querés más atención, festeja una vez por mes tu cumpleaños, pero con estos chistes no vengas.

¡Feliz Día del Padre! Aprovechen a sus papás si los tienen cerca. Mímenlos, que no son ni los más altos, ni los más fuertes, ni le ganan a ningún papá de sus amigos con una sola piña como creíamos de chiquitos. Son ustedes, son yo… en un envase viejo.

Dedicado a Tanito, el más gruñón, histérico, apurado, mal humorado, pero el más lindo, habilidoso, inteligente, memorioso, culto, creativo, y buenito. Al mejor papucho del mundo. 

Eso del Día del Papá ni se discute, mersas. Es Día del Padres y ya.