Yoga: lesson #1.
La idea de ir a yoga, varía depende cada persona. La mía es para (a) volver al gimnasio, (b) para relajarme y dedicarme un tiempo de meditación y (c) -pero no menos importante- contrarrestar el efecto que hizo que me salga la primera cana.
El horario es tarde, de 8:30 a 9:30. Más, si tengo que sumarle la media hora que tengo desde el gimnasio hasta casa. Más, si me quedo trabajando hasta que se haga la hora, porque claro, la relajación que busco es porque últimamente las noticias y el trabajo diario esta muy trabado y lejos de fluir, vienen con complicaciones tras complicaciones. Nada que no se pueda aguantar, pero en fin.
Miro el reloj, obvio… estaba llegando tarde. Así que cerré todo lo que estaba haciendo, guardé mis cosas y salí corriendo al auto, calculando en qué semáforo podría empezar a cambiarme y ponerme la ropa del gym. El cálculo no dio, así que manejando como Cruella De Vil logré llegar al gimnasio a sólo 4 minutos de que empiece la clase. No sé cómo hice, pero a las 8 estaba parada en la puerta, cambiada y lista para arrancar. Pregunto y no: la clase es en la otra sala y a las 8:30. Pero ya le había sumado al día una cuota de stress para poder llegar a horario a la clase, a la que particularmente, voy a relajarme.
Me encuentro con una amiga a la que le había insistido que pruebe yoga conmigo, y mientras caminábamos en la cinta, nos actualizamos de las noticias. Perdón que lo haga largo y entre en detalle, pero entre paso y paso, la charla pasó por varios temas y mi amiga no tenía mejor idea que no filtrar nada. No filtró nombres. Ni nombres ni apellidos, y si hay algo que no se hace en ninguna esquina del barrio, es hablar con nombre completo: costumbre en la que me incluyo, con mis amias todavía no logramos modificar. No filtró temas, y entre el agite del ritmo y la música que había, creo que todo el gimnasio se enteró que estuvo con gastroenteritis, que tal cortó con tal, que esa otra la descosió el sábado en Shampoo y que el saliente de la otra tiene relaciones sin ningún cuidado. Insisto: todo con nombre y apellido, en medio de un gimnasio repleto de personas y con alguna que otra cara conocida, hablando de temas y personas que podían aparecer por entre las pesas en cualquier momento.
8:30 entro a la clase y reconocí a unos compañeros que hacían otras clases -antes, cuando iba al gimnasio de vez en cuando. Siempre me llamó la atención uno, con el rompevientos de un club de la zona, me pregunté si sería padre de algún amigo mío.
La clase un 10. Hasta que empezamos a hacer la respiración del fuego, o algo así. Como era la nueva del grupo, la profesora vino a controlarme, y mientras respiraba cortito y rápidito, metiendo y sacando el ombligo, con los dos brazos levantados cuan gesto de rescate, y con los dedos haciendo algo similar al «buena onda», se me acerca y empieza a buscar mi respiración: como si quisiera encontrar el aire que entraba y salía de mi nariz. Como si se viera. Se me acercó a 15 cm de mi cara y yo en esa pose ridícula. No pude evitar acordarme de mi amiga que me había dicho que no podía venir a este tipo de clases porque se tentaba.
Después vino la respiración con el Sat Nam. ¿Les cuento? Uno es para decir mientras se inhala, y el otro cuando se exhala. Ni idea cuál con cual. El Sat Nam es para decir en voz alta… sí, en voz alta mientras hay que concentrarse en que el ombligo entre y suba («como si hiciera una J» dixit profesora, y yo jamás vi un ombligo moverse como una J), y salga. Toda la respiración es por la nariz.
Sat Nam, por aquí. Relajación de no-sé-cuántos-minutos por allá (casi me quedo dormida). Y terminar la clase con un «rezo para la elevación». Unas palabras que intenté seguir sin mucho éxito, con las que rezábamos por la elevación del espíritu y el equilibrio de no sé qué. No lo encontré en internet, pero me encantó el «todo por dos pesos» que hice hoy: caminata aeróbica, yoga relajante y rezo espiritual. Todo en un mismo lugar. El cuerpo alma y mente resueltos en una hora de gimnasio.
A la marchanta 
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