La peor pesadilla.

Yo sabía que algo no andaba bien. Estuve durmiendo poco. Por más cansada que esté, llega la noche y me agarra insomnio. Una vez que logro dormir, no descanso: me la paso teniendo pesadillas toda la noche. Con sangre, con que soy la mujer de un narcotraficante y me despierto con un tiro en la espalda. Con cosas que confundo con la realidad, y al pasar algunas horas después de haberme despertado, me caen las dudas de cuán reales son mis recuerdos. Con cosas trágicas y deprimentes que con mi elaborado mecanismo de negación desarrollado en los últimos años, logro olvidar sin mayores problemas.

Pero yo sabía que algo no andaba bien. Muchos altibajos en el trabajo, no lograr resolver las cosas de la manera que quisiera y errores reiterados que me hacían tajos directos a mi autoestima, que evidentemente me estaban afectando. Pero ¿quién no tiene semanas donde uno se manda más macanas que de costumbre? Por suerte los baches no pasaron a mayores. No más que alguna tensión innecesaria perfectamente evitable.

Eso era lo que creía.

Para quienes no lo saben, soy fiel fanática del alisado cancerígeno. Sí, el mismo que todos los medios salieron a criticar hace unos años y a aconsejar a las mujeres que tomen conciencia de los riesgos que implicaba lograr un pelo divinamente lacio. Después de hacer algunos cálculos, empecé a sumar: los riesgos que nos da usar los teléfonos celulares, tomar jugo Ades, tomar mucho sol, comer con muchas sal, fumar, la ola de catástrofes naturales que últimamente estamos viviendo, la sensación de inseguridad y demás cosas, saqué la conclusión que además de tener más probabilidades de morir de cualquier otra cosa, más que del cáncer que me pueda dar mi alisado, prefiero estar muerta pero lacia. Y como ya pasaron varios meses desde la última vez que me lo hice, los rulos y el descontrol se están apoderando de mi melena. Así que más que de costumbre, los días que no me quiero parecer el Rey León después de haber rodado por algún acantilado de la sabana africana, tengo que hacer algún que otro retoque en la cabeza antes de salir de casa.

Yo sabía que algo no andaba bien. Lo sabía y así era. Ahí estaba, frente a mi espejo, antes de salir, viendo qué hacer con mi flequillo. Ahí estaba mi peor pesadilla. Ni el tiro en la espalda por los carteles narcos, ni cualquier cosa que pueda imaginar podía ser peor que lo que estaba viendo. Cierro y abro los ojos: realmente, no lo podía creer. Me acomodo el pelo, me fijo si no es una pelusa. Me empieza a subir la adrenalina por el cuerpo.

Definitivamente algo no andaba bien. Meses antes de llegar a mis 25 años, después de un mes bastante movidito, de muchas noches sin descansar, de semanas complicadas en el trabajo… me salió mi primera cana. Fea, fea. Fea y maldita, porque tenía muchos otros capilares para desarrollarse, pero NO, ella eligió nacer bien en el flequillo.

Tuve que anunciarlo en la sobremesa junto a mi familia. Lo anuncié en el trabajo. Y ahora se los cuento a ustedes: me hice vieja.

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