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La curiosidad mató al gato.

4 Abr

Ese momento de curiosidad, de ansiedad, de no raciocinio, de metida, de intriga, ese momento de mierda en que revisas y encontras. Es un micro segundo de diferencia en el que tu cerebro te dice: «A ver si encontramos algooo…» y en el momento que lo hacés salta el lado lógico que te reprocha lo que hiciste. ¿Para qué? ¿Quién me mandó a abrirte el teléfono cuando sonó y estabas afuera del auto? Ok, estamos saliendo, no somos novios, pero ¿quién te llama a las 6 am? ¿Quién te manda un texto preguntándote si dormís?

Miles de preguntas que dan vuelta por la cabeza. De repente me sube el calor, se me aceleran los latidos y empiezo a ahogarme. Abro la ventana y me prendo un cigarrillo. ¿Dónde me metí? ¡Por Dios! Si te encaro, dejo en evidencia que entré en tu privacidad, en tu vida, en tus cosas, y peor: en tu teléfono. Pero si no te encaro, esta noche no duermo. ¿Te hago pisar el palito? No, sos tan manipulador que me lo vas a dar vuelta en dos segundos. Rápido cabeza, pensá rápido.

Volvés al auto y por suerte no se te ocurrió todavía revisar el teléfono (porque cuando lo hagas vas a darte cuenta que revisé tus llamadas). ¡Qué botona es la tecnología! Necesito una sesión extraordinaria con mis amigas para debatir si te encaro con este tema o no, pero los minutos pasan y estoy tan nerviosa que hasta escucho el segundero del auto… ¡y eso que es digital! Fría, cabeza fría… ¿qué me recomendarían mis amigas? No, a la vueltera y complicada no escuches. No, esa es muy relajada, tampoco puedo hacerme de otra personalidad sostenible en 30 segundos. Tengo que resolver esto ya. Tengo que resolver esto bien, y tengo que hacerlo yo solita.

Vos me hablás de no-sé-qué. No veo la hora de que me tires un comentario para hacerme más fácil el encare. Pero no… ¿mirá si vos te vas a pisar solo? Eso pasa sólo en mi ilusión o en una novela muy, muy mala de los años 90.

Si tan sólo hubiera dejado ese telefonito sonar aislado en tu asiento… ¿Qué necesidad de agarrarlo? Es tentador, no me digas que no… Hace absolutamente todo como para que alguien ponga la atención en él: suena, vibra y te muestra el nombre de… ¡OTRA! Como si pudiera haberlo ignorado. Pero si no lo hubiera agarrado ahora estaríamos terminando el sábado de la mejor forma, o por lo menos de cualquier otra forma que no sea «yo quemándome la cabeza».

Te lo digo. Te enojás. Me bajo del auto y me voy. Me decís que mañana me llamás. Por más que intente razonar en las pocas horas que me quedan, no creo que pueda resolver esto antes de que me llames con el grado de bronca que tengo.

A los hechos: no somos novios, no. Todavía no hablamos de exclusividad, no… pero me dijiste que no veías a nadie más. Te revisé el teléfono, sí y estuve más que mal. Me metí en tus cosas, tu intimidad y todo lo que quieras… ¡pero encontré!

Las mujeres siempre estamos buscando ESO que en el momento que lo encontramos nos queremos matar. Todavía no sé qué voy a hacer con esto. Pero si de algo estoy segura, es que nunca más reviso. Y si sos un narcotraficante, me enteraré por las noticias, pero no por tu teléfono.

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