No soy desordenada, soy virginiana. Dentro de mi caos existe un orden milimétrico en el que sé exactamente dónde está cada cosa. A veces falla, pero por lo general es así.
Heredo una tele para mi cuarto (mamá agarró una buena promoción y se updateó) y entre sacar el dinosaurio que tenía casi bloqueandome la entrada, y despejar mi escritorio para que entre el nuevo inquilino del cuarto, no me quedó otra que ordenar. Pero ordenar el escritorio significaba directamente ordenar esa parte del placard que hace tiempo decidí que sería mi caos necesario.
Desde que nací, mi cuarto fue siempre un juntadero de porquerías. Cuando nadie sabía dónde poner algo, terminaba en mi cuarto. Este es un status quo de mi familia. Cuando nos mudamos a un casa más grande, me puse firme y las cosas que venían a depositarse en mi cuarto directamente las mandaba -en silencio y sin que nadie se entere- a otro cuarto donde mamá guarda sus cosas de pintura. Sin importar el tamaño, cuando me canso de ver algo intruso en mi cuarto voy y lo pongo muy ordenadito en un rincón donde a simple vista no se ve.
Pero siendo mujer, teniendo muchos zapatos, y un 20% de mi placard dedicados a ellos, el espacio para carpetas de facultad, carteras, ropa larga para colgar, cosas que no sé dónde poner y cosas que ni quiero nombrar es -sin opción- el placard del caos.
Es un caos. Pero son cosas que no puedo tirar. No puedo o no quiero no es la cuestión. La cuestión es que son cosas que NO se tiran.
La rutina es esta: puede haber un período de quilombo, pero un día de vez en cuando -uno por semana, mínimo- es el día del orden. El orden implica cuarto y baño: no placard del caos. Ese agujero negro de sorpresas se ordena de vez en cuando y cuando el aburrimiento o la urgencia lo dicta. Este era un caso de urgencia. Me puse firme, saqué lo sentimental y decidí tirar o regalar las cosas que realmente no quería y no pensaba usar. Chau a esa lámpara que me compré en Chile hace unos años (sí, también tenía una lámpara ahí adentro), chau a carpetas que ya es imposible que pueda usar, y chau a esos blocks que tan bien me vienen en la oficina. Chau, chau, chau.
Antes de aburrirme de ordenar y no después de que me agarre culpa y vuelva a guardar todas las cosas que tenía pensado liquidar, logré distrubuir en cosas para regalar, cosas para donar, cosas para tirar, y cosas para el cuartito de mamá.
Es una marca personal: el placard ya no es más del caos.